De todas las formas de lenguaje y expresión
que dispone un ser humano para
comunicarse, la menos fiable es el habla, Por lo que prefiero el
silencio, este calla la lengua. El silencio es como la capacidad de pensar sin
cabeza, de andar sin pies, de escuchar sin interrumpir, es la lengua del
corazón. Me gusta esbozar el silencio que trae una inevitable y sincera sonrisa
o una lagrima que nos saca o nos guarda el dolor.
En música el silencio se escribe, disfrutamos de él tan poco que cuando nos lo
encontramos, y no lo buscamos, nos asusta, nos descoloca, y no sabemos como
actuar. Entonces es necesario no hacer nada, quedarnos tranquilos, es lo adecuado.
Dejar que nos invada, que recorra nuestra mente y que, como un borrador, limpie
las huellas mal sonoras que acumulamos. No es lo mismo generar silencio
interior que recibir silencio como respuesta. A veces el silencio
oculta y otras las muestra.
Guardamos silencio, en ocasiones callamos
porque no tenemos que decir nada, o porque tenemos tanto que decir que es mejor
no decir nada, otras simplemente es miedo a ser juzgados, a expresarnos con
sinceridad a decir libremente lo que pensamos o lo que sentimos. El silencio es
un vacío lleno de palabras, es un lugar donde está todo lo que queremos y no
queremos decir, para no escucharnos, para que no nos escuchen. Allí se anclan
días de pensamientos, tardes de recuerdos y noches de confusión.
Aunque la sabiduría
popular dice que "quien calla, otorga", el silencio no siempre es un
"sí"; a veces demuestra la incapacidad de las personas a reaccionar
de inmediato, creando la frustración y el desconcierto de quien lo recibe y
dando lugar a diferentes interpretaciones.
Se puede guardar silencio
como mecanismo de defensa, a modo de desconexión con una realidad que no nos
gusta, que no queremos asumir y que guardando ese silencio le restamos
importancia e incluso a veces se desvanece.
Sea cual sea la razón por la que cada uno guardamos
silencio, en cualquier ocasión, no debería ser la huida a situaciones que la
vida nos pone de frente, y que hoy podemos esquivar, pero
mañana volverán a estar ahí.
Ahora bien,
debemos conocer los tipos de silencio.
El silencio siempre tiene
que ser sincero, se puede callar sin cerrar el corazón, se puede ser discreto,
sin ser sombrío. El silencio prudente, es el que debemos tener cuando debemos
callar oportunamente.
El silencio prefabricado
o el que calla para sorprender, desconcierta a los que declaran sus
sentimientos y reciben a cambio la nada del silencio.
El silencio inteligente,
aquel que aplicamos al escuchar sin contradecir, al demostrar el agrado que nos
da una conversación o una forma de actuar que la ausencia de palabra es capaz
de decir lo que nuestros gestos expresarían.
El silencio del rencor y
del desprecio, cuando alguien al que hablamos no responde sino con frialdad,
orgullo y silencio. El silencio como comportamiento, aquel que esconde
personalidades que jamás se muestran del todo, que no dicen todo lo que
piensan, que no siempre explican su conducta y que no siempre responden
claramente para no dejarse descubrir.
El silencio pacificador,
el que buscamos dentro de nosotros, con el que apartamos a un lado
pensamientos, memoria, deseos y preocupaciones, abriendo paso a la armonía
y a la serenidad, ese al que todos deberíamos anhelar.
El silencio tiene un lado positivo y otro negativo
Puede fortalecer o puede
debilitar, de hecho existen las llamadas enfermedades del silencio, como puede
ser la depresión, los trastornos alimenticios o cualquier otra causa que nos
lleva a ese hermetismo emocional que a veces, incluso las personas más
cercanas, no aprecian ni son conscientes de ello, tan solo el que lo guarda en
silencio.
Los problemas, las
frustraciones, las insatisfacciones o los miedos no se curan ni se resuelven
con el silencio. Lo más probable es que hagan mella y se somaticen de la forma
que menos deseamos. Aquí, si, hablemos en lugar de callar.
Al silencio hay que
escucharle, interpretar lo que nos quiere decir. Usarlo a modo de reflexión, de
aprendizaje, de creación, de renovación y rendirle el respeto y aprobación que
se merece por su capacidad, a veces, de decir tanto con nada.